Don tito se había acostado tres y cuarto de la mañana, algo enojado porque su mujer no había aceptado su propuesta de fantasear un poco con él y su vestimenta de panadero. Profesión que le obliga a viajar cuarenta y cinco minutos desde su casa al centro todas las mañanas. Un cincuentón al que no le gusta afeitarse después de comer porque se lastima.
El colectivo de lunes muy tempranito es un gran plato gourmet, empachado de gente. Ni bien subí, pensé que estaba caminando con las manos al ver la gran sonrisa que evidenciaba el conductor, cosa que en mis años de pasajero no había visto en el, saqué el boleto y me senté.
No hay peor cosa que los hermanitos Saavedra un lunes por la mañana, no paran de imaginarse en voz alta fantásticas jugadas de fútbol y siempre pelean por quien termina haciendo el gran gol. A la madre le suplico en silencio que les de una dulce cagada así se callan de una vez.
Don tito tiene ojos de huevo, ojos de enojos acarreados.
Día caluroso por nacer, anticipó el diario el domingo.
Luisa la verdulera peregrina como todos los santos días hacia el mercado, regresa en flete, duerme sentada con la cabeza sobre su panza, cual zapallo titánico.
Clara es mi vecina, flaca con muchas "a" después de la "l" y de una altura incluso mas elevada que la de ella misma. La eterna Clara cada vez que sube tiene que jorobar su cabeza, me hace acordar a los pingüinos junta palillos, de esos que abundan en las casas de las tías-abuelas. Hija del viejo Salomón que le gustan los perros, odia a los niños, se que de chico me odiaba, lo cual no me importaba y lo llamaba viejo achicoria, me reía entre muelas cuando lo veía.
En la parada pasando el canal, hace su aparición la proveedora de nimiedades inútiles mas querida del barrio, a primera vista es válido pensar que le pasó una guerra por encima, trae unas zapatillas echas puré, ni bien sube, con tinte juglaresca comienza a exhibir todo sus productos a los gritos, entre su catálogo se encuentran todo tipo de enchufes, anteojos no recetados, muñecos tira-burbujas y clásicos del cuarteto. Don tito protesta desde el fondo, “¡cúrenle los cayos a esa mujer que grita tanto!”, ella ríe con su boca desde el punto de vista arquitectónico, mal diseñada.
Aurora Herminda es sorda de oído derecho y arpía de cuerpo entero, tiene ciento cincuenta y tres arrugas, piel de pollo o de carne molida. El asiento detrás del conductor tácitamente está reservado para ella.
Dos paradas siguientes a la mía se sube la hija del ferretero, (nunca faltan sus auriculares), huele a frutilla, su boca es una media sandía y sus ojos dos hermosos quinotos, casi siempre viajamos juntos, nunca hablamos. Cuando sonríe, siempre me imagino que se puede atar el pelo con su risita festiva.
Ya a unos cuantos minutos de casa la luz saluda, el bondi despliega un mango y se vuelve una sartén con ruedas, el colectivero quizá por disminuir los minutos de calor, se para en el acelerador, alternando frenadas crueles que dan paso al arte de las coreografías. Todos cabeceamos, saltamos o meneamos la cintura para donde pinte.
Entre aromas a lociones baratas nos vamos cocinando los pasajeros del transporte público. Todos velando al fin de semana, cada uno a su modo y con sal a gusto. |