Oliverio diría: él consume teconito, vosotros consumís teconito.
Aquella dama blanca con una cinta blanca con una cruz roja en la cinta inmaculada a la altura de donde debemos estornudar en caso de epidemia, sacó de la cancha a aquel hombre kohinoor con una cinta de capitán. Allá por el 94.
Se lo llevó del brazo desde Estados Unidos hasta Ushuaia. El hombre kohinoor y la mujer blanca se portaron como buenos castores: se alejaron de la multitud y vieron crecer a sus dos hijas.
La mujer blanca no sabia que el hombre kohinoor consumía teconito. Allá, bien allá en la esquina de Ushuaia donde se juntaban las últimas paredes del fin del mundo, el viento lo amontonaba. El hombre kohinoor cuando olía los teconitos ponía cara de bandera mauritana. Juraba por sus hijas que sus ausencias hogareñas eran por cuestiones laborales.
|